Elena Poniatowska Amor, México y la educación

Foto: tomada de Mamborock.mx

En el discurso de Elena Poniatowska, doctora honoris causa por la Universidad de Sonora, se palpan su amor por México y su fe en la educación como cura de todos nuestros males, se observan las memorias que sobre estas tierras norteñas articulan los afectos que por ellas le transmitiera su marido, el finado astrónomo, Guillermo Haro.

Primera mujer en recibir esta distinción en los 72 años de historia de la Unison, la homenajeada ensalza la bravura como rasgo que ha hecho de Sonora cuna de importantes transformaciones para el país a la vez que un pueblo caracterizado por el pisoteo de sus propias etnias y el uso del agua para fines políticos, conflictos que convergen hoy en la figura del yaqui Mario Luna Romero, “injustamente encarcelado”.

A Elena Poniatowska Amor, Sonora le recuerda sus primeros años como reportera del periódico Novedades, donde tuvo como compañero al cuentista Edmundo Valadés, época en que conoció la voz “golpeada, como de sargento” de María Félix, y escuchó porqué Isela Vega prefería “andar en cueros” que con ropa. En su imaginario de Sonora también habita una excursión a Bahía de Kino donde comprobó la afición cervecera de los del desierto.

Pero sobre todo, Sonora es evocar las luchas de su marido el astrónomo -minero del cielo le llama- para constituir un observatorio en Cananea, municipio minero, muy a pesar de quienes cuestionaban la utilidad de estudiar el cielo cuando los problemas verdaderos estaban en la tierra.

“A la vuelta de 40 años puede decirse que los estudiosos que fueron a construir un observatorio a Cananea son héroes, porque los primeros años fueron muy duros: confrontaron heladas, la indiferencia, la pereza o la desesperanza, muchas veces los obstáculos parecieron casi invencibles; la lección que dio Haro a las futuras generaciones es la del amor al oficio, el amor a México. Haro repetía que tenemos que ensuciarnos las manos con el trabajo manual, y él fue el del pico y la pala”.

 “Nadie creyó tanto en la educación como Haro”, afirma y, en una especie de letanía, enumera los para qué necesitamos la educación: para los hijos, para el gran país que podemos ser y deberíamos ser, para salvarnos, para ocupar un sitio en el concierto de las naciones, para nuestras mujeres y nuestros niños, para que jamás suceda una tragedia como la de la guardería ABC, contra la corrupción, contra el mal gobierno, para mejorar las condiciones de trabajo, para conocer mejor a la Virgen de Guadalupe”.

“Ay, creo que ya me perdí, ‘pérenme’”, y una se pregunta si la candidez con que busca entre sus hojas es un recurso literario o un producto de despiste genuino. Pero ¿importan las formas cuando el fondo es promover desde el amor la educación como salvavidas de un país?

“Ahora que la violencia y la injusticia campean en nuestro país, la educación es cada vez más la única salida a nuestros males, y nuestro primer deber moral es con los jóvenes hoy sin oportunidades además de arteramente atacados, a ellos más que a nadie debemos ofrecerles un futuro”.


Al observar a Elena Poniatowska Amor sentada en el presídium, respingando la nariz cada que sonríe y, quizás, confeccionando artículos o cuentos a partir de lo que mira en la audiencia, una se pregunta si en el contexto actual quedan héroes dispuestos a hacer patria con la educación, una se pregunta qué es el amor patrio. Muchas dudas.  Y de pronto una quisiera por lo menos apellidarse Amor.

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