Meditación y viaje en el Hotel Nómada de Cees Nooteboom

Quien me siga ha de ponerse en camino a la fuerza. En camino y perderse. —C.N.




Por Alejandra Meza

Abundan las revistas turísticas pero cuando se trata de encontrar buenos libros de viaje las cosas se complican. Por eso se agradece que un libro como Hotel Nómada (Siruela, 2002) del holandés Cees Nooteboom (1933), aterrice en tus manos, sobre todo, si para ello antes cruzó el océano Atlántico.
Es que éste es un buen ejemplo para precisar lo que es y no es literatura de viajes, porque una cosa son las publicaciones que reseñan lo esencial de los destinos turísticos de moda, y otra, muy lejana, que un escritor viajero se abra el pecho y muestre el mapa que los sitios visitados han trazado en su alma.
Su autor se asume como alguien que recorre el mundo para practicar la meditación, aunque, confiesa, no fue así desde el principio, pues cuando a los 20 años se despidió de su madre y pidió aventón en carretera, nunca contempló esa posibilidad. Simplemente necesitó moverse.
Hotel Nómada contiene 12 textos, algunas fotografías, ilustraciones, poemas y copias de anotaciones de viaje de Nooteboom; productos de sus vivencias en países como México, Bolivia, Malí y Gambia.
Si bien dicho material permite conocer un poco sobre la idiosincrasia de algunos lugares y sus habitantes, éstos pasan a segundo término, porque en el camino es inevitable embelesarse con las reflexiones sobre el tiempo, la historia y la memoria, el destino, el azar y la muerte.


Qué interesantes universos los de Cees Nooteboom. En un relato de su visita a Gambia, por ejemplo, define a los barcos como universos limitados con tiempos y leyes propias, donde “Al soltarse la última amarra, el mundo también se deja ir”. Y, en los cuartos de hotel, las puertas marcan el límite entre un mundo y otro.
La mirada de viajero le hace ver lo que el turista ignora. Por eso en el Museo de Antropología de la Ciudad de México deduce que por las grietas de esos cráneos milenarios se ha escapado la savia del pensamiento. Y en Teotihuacán, tras bajar la pirámide del sol, comprende que éstas no están muertas: “No son más que piedras y sin embargo en ellas late un alma, un alma inventada por la gente para interpretar el mundo.”
En los textos de Hotel Nómada se alcanza a percibir el silencio que permite meditar al autor, silencio que también llega a ser angustiante, como el que lo despertó en un hotel mugriento en el Sahara: “No sé cómo explicarlo, yo mismo me transformé, como un animal, en angustia. No sentía miedo de nada, porque me encontraba al límite. Recuerdo el suelo de adobe, el ruido de algo o alguien moviéndose y cómo salí afuera al encuentro del cielo oscuro y la resplandeciente quietud de todas las estrellas. Aquella noche ha quedado escrita en mí con una palabra que ya no soy capaz de leer.”
Nooteboom reconoce que la inmensidad del tiempo y el peso de la historia lo agotan. Quizá sea esa fatiga el motivo de que saboree hasta el más mínimo instante de quietud: “Mi alma se enrosca en su canasto y se inflama de satisfacción.”


La prosa viajera de Cees Nooteboom es mística y profunda, sin rallar en lo religioso ni en la presunción. Imposible no percatarse de su afinidad con Borges, autor de cuya obra hace referencia en al menos tres ocasiones.
Vale la pena recorrer el Hotel Nómada, palpar sus paredes de poesía y narrativa.Vale la pena escuchar a su autor decir que el peregrinaje no es una huida y que el viajero no está siempre solo, sino que siempre está en casa, en la casa que es uno mismo.
Y percatarse al final que el hambre de auto conocerse a través del viaje, entre más se satisface, más crece.



También publicado en el fazine Pez Banana (http://issuu.com/pezbanana.fanzine/docs/pez_banana_01#download)

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