Desde las alturas, entre libros, sin celular
Incluso los libros se resisten
a la soledad, al abandono, al olvido. No hay otra forma de explicar cómo este
“Tratactus de lumine”, escrito hace unos 300 años, ha llegado a mis manos esta mañana
cercana al otoño de 2015. Tendrías que sentir su pasta dura, sus hojas roñosas;
apreciar las ilustraciones de su interior; intentar leer en latín y escuchar,
mientras lo haces, una voz masculina proveniente del siglo XVIII que lo recita
contigo. Te enviaría una foto por Whatsapp, pero no traigo cómo: mi celular
está sin batería, se apagó hace pocos minutos como colaborando con un plan
macabro intitulado “Un día fuera del mundo”. Lo cual me lleva a preguntarme:
¿de qué manera te estoy contando esto que te cuento si no traigo teléfono en
mano? Pero ese tema, como tantos, no es urgente de atender.
Te hablo desde las alturas. Por
fin me he quitado la curiosidad de ascender a niveles superiores de la Biblioteca
Fernando Pesqueira, de la Universidad de Sonora, y conocer su Fondo Reservado,
un espacio abierto de brazos a todo aquel libro antiguo que busque asilo y protección,
manos y ojos que lo atiendan. En otras palabras, una nueva oportunidad.
Miles de ellos hicieron un
camino más largo que el mío para llegar hasta aquí, en su cruzada contra el
olvido resistieron expulsiones y mudanzas: de librerías europeas a las manos de
un viajero desprendido; de éstas, a una biblioteca municipal en Hermosillo; y
de ahí, a la biblioteca de la Uni cuando Fernando Pesqueira era su director y
la capacidad del edificio mayor al poder de adquisición de volúmenes suficientes.
Los ejemplares más antiguos hablan
de ciencias, aunque también los hay de literatura, de religión. Muchos están en
lenguas ajenas. Luego hay bastante material de la época de la Revolución Mexicana,
de la historia de Sonora.
El ideal de un fondo antiguo
es contar con libros incunables, es decir, aquellos impresos durante el siglo
XV, no obstante, el grueso del acervo en este sitio data de los siglos XVIII, XIX
e, incluso, del XX, pues la idea no es solo restaurar lo antiguo, sino
conservar aquello que por su alto valor cultural, resulta único.
Un proceso clave es librar a
sus páginas de esporas que puedan devenir en hongos. Los estragos del tiempo se
subsanan con tratamientos de conservación y con guardas hechas a la medida.
Posteriormente los libros reposan en estantes, en lo posible guarecidos de
iluminación y temperaturas inadecuadas, en silencio, ávidos de nuevas miradas y
nuevos dedos.
Ya algunos han sido
digitalizados y están disponibles para su aprovechamiento en las bibliotecas
digitales de la Unison, otros están a la espera. Y es que hoy que las
experiencias sensoriales atraviesan pantallitas, los libros antiguos ansían ese
proceso que les permita habitar nuevos espacios. Pues aunque sea virtualmente,
la onda es ser leído.
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