De churros, chocolate y otros viajes
Cuando yo nací, el trigo
llevaba muchos años haciendo las Américas, alegrándonos la panza, colonizando nuestras
bocas, y como la costumbre es dar todo por hecho y no preguntarse el origen del
origen de los alimentos ni poner suficiente atención a las clases de historia, nunca
pensé que dicho grano hubiera sido posible a partir de la conquista.
De ahí que enterarme de
que los churros fueran creación española y no mexicana –pena reconocerlo, pero una
en la inocencia asume tantas cosas- alterara el mapa gastronómico de mi memoria.
Ya desde temprano esa
tarde, Madrid me llovía por dentro y yo era un barquito de papel a la deriva en
ríos improvisados que chocaban siempre con letreros que anunciaban “Churros y
chocolate”.
Entré a un local y busqué
asiento. Estaba bajo techo, pero seguía lloviendo en mi interior. Llovían preguntas:
¿Con qué derecho ultrajaban la mexicanidad de mis recuerdos gustativos? Los
churros azucarados siempre me habían sabido a lo propio, a las ferias de mi
infancia, a las tardes frías de mi adolescencia; esa masa de calor, azúcar y
grasa había representado una forma más de beber el terruño, pero ahora la
realidad cuestionaba su identidad como a un niño le arrancan un dulce de la
boca. Y yo intentaba mantener a los churros como mío porque, ¿Qué otra cosa
dulce para lazar mi lengua al alma de mi tierra? No acudía a mí mente una
versión dulce del maíz. Y es que qué más daba que hubieran colonizado nuestro
territorio pero ¿también nuestras lenguas?
En realidad, creo
recordar, el asunto no me inquietaba tanto. Pero no tenía para hacer otra cosa
que no fuera elucubrar. Así que ahí estaba de piernas cruzadas, degustando un
churro con chocolate espeso, bebía xocolate a la taza, xocolatl, agua de cacao,
bebida de los dioses, brebaje mágico del México mágico y, al fondo, podía
escuchar a Moctezuma II riéndose estruendosamente tras cada sorbo que daba a su
xocoatl picoso, que al fin y al cabo, los alimentos nunca han pedido permiso para
llegar a tierras lejanas.
Bonita pequeña historia! Gracias por compartirlo.
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