De fotos, papel, pixeles, recuerdos…
De un tiempo a acá, me intriga la evolución que ha tenido el
sentido que le damos a la fotografía. De la magia de revelar, pasamos a la
novedad de imprimir y luego a la urgencia de publicar. Como la vida es una
sucesión de momentos y nuestra era es la digital, la premisa parece ser “si no
lo publicas en la Red, haz de cuenta que no sucedió”.
Me da entre nostalgia y lástima que nuestras memorias no
permanezcan como antes en el papel. Aquellas impresiones de 4 x 6 que se
escapaban de los álbumes, que emergían de la última página leída de algún libro
o que, tarde o temprano, terminaban en el bote de basura, retenían los
recuerdos durante al menos un poco más de tiempo que nuestras fotos digitales de
hoy, esas con las que parecemos querer comprobarle al mundo que sí vivimos.
¿Quién quiere ya compartir recuerdos en papel, lustre o mate,
con poca gente, si en los escaparates virtuales las pueden ver miles de
personas?
Ya nadie ejercita la memoria ni necesita de palabras para
describir. Ya para explicar cómo es algo o recordar cómo es alguien, basta con
sacar un dispositivo electrónico y mostrar su pantalla. Para contar cómo estuvo
la fiesta, solo hay que ver el álbum de fotos público y sacar conclusiones.
Hoy le di a mi sobrina de 4 años un obsequio, con el que
indirectamente, me ayudó a hacer un experimento. Quería ver qué hacía una
nativa digital con una cámara de rollo entre sus manos. La miré asombrarse por
la carencia de pantalla de cristal líquido. La observé cerrando el mismo ojo
que ponía en la mirilla, auto boicoteándose, de manera involuntaria, la
posibilidad de ver lo que había al otro lado de la cámara.
Mientras le explicaba la magia que se hacía adentro del
objeto (“las imágenes que estás tomando, se
están guardando en un rollito de papel que mañana un señor meterá a una máquina
y convertirá en fotos”) regresé, como tantas veces, a esa inquietud sobre
el futuro de la fotografía como objeto nuestro, social.
Pensé cosas feas sobre el futuro. Por ejemplo, imaginé
nuestras casas con paredes fotografiantes
atestiguando hacia el exterior cada momento vivido.
Ahora imagino el momento en que mi sobrina verá en papel las
fotos que hizo y quisiera que encuentre al menos una que le signifique algo más
allá de lo evidente, una que le guste tanto que quiera guardar bajo su almohada
o entre las páginas de un libro, una que, aunque no la vean cientos de
conocidos, sea para ella una foto muy muy especial.
Comentarios
Publicar un comentario